martes, 28 de marzo de 2017

Crítica Su-ki-da: el final de la canción.


Seguimos los pasos de una joven estudiante que mira y sonríe a un chico de su mismo colegio, ella parece enamorada. Él, Yosuke, siempre toca la misma parte de una canción con su guitarra y en el mismo lugar, como si no fuese capaz de salir de su situación. A priori no parece sentir lo mismo por ella.

Buenas y creíbles interpretaciones que consiguen llegar al espectador. Un buen y efectivo manejo de cámara destacando, por ejemplo, el uso del plano subjetivo. Buena inclusión y utilización de la banda sonora ¿Solo consta de estas virtudes o hay más? Las hay, y tanto que sí.


Narrada con el característico estilo de su director se fija y para en los detalles, aquellos que pueden pasar desapercibidos pero que están cargados de significado, tales como miradas y tales como gestos. Además, también pretende que sea tomada con calma, que demos un respiro y prestemos atención, que tengamos tiempo para pensar en lo que estamos viendo; no tiene prisa en absoluto por cumplir su cometido. Busca abstraernos en su cinta al mismo tiempo que nos pide escuchar su historia, que no tiene desperdicio.

Una de las posibles vías en las que se desarrolla y surge un amor y como este no siempre es correspondido, al menos, por un tiempo. El peso que pueden tener las acciones que tomamos y las consecuencias que pueden derivar de estas. Lo que conlleva convertirse en adulto, y más concretamente lo que implica serlo sin estar contento con tu condición. A todo esto se le da respuesta en la película con sus formas más de sugerir que de mostrar y más de ser sutiles que directas, logrando penetrar en el espectador.



¿Qué haces cuando las cosas van mal, cierras los ojos y tratas de recordar la época en la que te agradabas a ti mismo? ¿O acaso ha pasado tanto tiempo desde aquel entonces que para ti esos recuerdos ya no existen? ¿Fue Yosuke capaz de encaminar su vida, o siendo más exactos, pudo mostrarle su canción?



sábado, 18 de marzo de 2017

Crítica Petal Dance: cine de sensaciones


Soy una persona a la que le gustan las propuestas diferentes en el cine. Obviamente distinto no es igual a bueno, pero, ¿acaso no es fantástica la sensación de saber que te vas a enfrentar a algo nuevo? Dar una buena bocanada de aire y esperar a ver qué es eso que está por venir, aquello que va a pasar frente a tus ojos y va a enseñarte algo que no habías visto antes. En este caso es Petal Dance, y es algo, simplemente, sensacional.

Pararse en los paisajes, fijarse en las miradas, alargar los silencios. Regodearse en las imágenes y darles un papel y sentido propios es algo a lo que juega esta película y que hace de manera única. Logra trascender la pantalla y transportarte a otro lugar, recordar viejas experiencias y sentir cosas nuevas. Su tremendamente hermosa fotografía fría, pero de calidez oculta, te invita y te lleva de la mano a la reflexión y a disfrutar relajadamente de la sucesión de perfectas composiciones visuales que el director logra estampar en la cinta.


Y bajo estas inmejorables formas que rodean a la película se encuentra además una historia contada de manera atípica, gracias a los elementos anteriormente mencionados, que en absoluto ha de ser tomada como menos. Cuatros mujeres que emprenden un viaje, cada una con sus propios problemas, ninguna tiene del todo claro si hacerlo, no saben si les servirá de algo, pero… Con la intención desesperada de dejar atrás  todo aquello que les atormenta se embarcan en él, como último recurso, al fin y al cabo ¿Qué tienen que perder?

Los diálogos, que podrían tomarse erróneamente como vacíos e insustanciales, nos hacen ver la manera en que cada una contempla la vida y su forma de enfrentarse a esta. Partiendo de la naturalidad, las palabras aparentemente comunes que estas mujeres intercambian nos hacen meternos en sus vidas, con todo lo que ello supone, e indirectamente dirigirnos a las nuestras y hacernos pensar en lo que respecta a nosotros mismos.



Es increíble ver además ese perfecto entendimiento que parece existir entre las cuatro chicas, aun habiendo una de ellas que acaba de conocer a las otras tres,  se denota, gracias a las espléndidas interpretaciones, una complicidad entre todas. No saben que problemas exactamente retiene cada una, pero si son conscientes de que los tienen y actúan como tal. Los pequeños gestos y detalles nos hacen saberlo, y las preciosistas imágenes y movimientos de cámara consiguen enfatizarlo llevando a la cinta al esplendor.



Crítica T2: Trainspotting: la conformidad estropeándolo todo.


Nos remontamos al año 1996, Danny Boyle da a luz su obra maestra, Trainspotting. Llamativa, ágil, intrépida, sórdida, juvenil; no trata a sus drogatas protagonistas como alienígenas, los muestra desde una perspectiva realista sin dejar de ser fresca y personal para que juzguemos nosotros mismos su acciones, no hace ese trabajo por nosotros. El talento de Boyle para dirigir poniendo al servicio de la narración sus recursos visuales, y la hipnótica banda sonora, hacen el resto. Una de las mejores películas de drogas de la historia, sino la mejor, que se establece como uno de los films claves de los 90. Teniendo en cuenta todo esto sería lógico suponer que para el remake salido 20 años después se intentaría abordar el proceso de maduración que han debido de padecer sus personajes, aunque… Tampoco es que fuese algo necesario al cien por cien, podría adoptarse otra perspectiva siempre que aportase algo nuevo y fuese coherente respecto a la original. Veamos qué es lo que ha aportado y el como lo ha hecho la secuela de la archifamosa cinta de los amigos yonkis, Trainspotting 2.

Empieza el filme y vemos a un Mark Renton adulto corriendo en una máquina de gimnasio, al poco tiempo se cae, una buena manera de disipar nuestras dudas acerca de si los personajes han conseguido afrontar sus vidas dando primeramente unas expectativas de que esto no es así, rompiéndolas de golpe, como una bofetada en la cara. Un buen comienzo al que le siguen unos buenos minutos, lástima que todo decaiga después. La película se balancea entre el proceso de maduración de los personajes, remontarse al pasado y una visión nostálgica del ayer; con una soltura inexistente. No tienen nada de malo los cambios de tono siempre que se hagan bien ¿Acaso en el primer film no se saltaba de momentos trágicos a cómicos con asiduidad? El problema aquí es que esas transiciones se ven toscas además de no dirigirse hacia ningún lado, al contrario que en la anterior no constan de significado. En la de 1996 se daba paso a escenas cómicas para conectar de manera efectiva con el público joven pero sin dejar de lado el fondo, realmente oscuro,  al que seguidamente se volvía sin que resultase un contraste incómodo como ocurre aquí.


Culpa de esto la tiene el guión y su dirección. Parece que se trata de coger aquellos puntos que en la película de los noventa funcionaban intentándolos aquí meter de cualquier manera dando una impresión risible a veces. Como ejemplo evidente de esto se encontraría el personaje de Carlyle, se hace una copia cutre de la personalidad que tenía en la anterior entrega pero elevando sus rasgos más llamativos al límite. No es solo que no funcione, es que incluso en ocasiones lleva a cabo acciones que no tienen sentido en su contexto, por el simplista hecho de hacer que el espectador diga: “Buah, pero qué loco está este tío” ¿Pero de qué sirve realmente esto si tiras por tierra todo lo que habías conseguido en la primera parte? Es fácil escribir a un personaje que esté como una cabra, lo difícil es que este se vea humano y se pueda conectar con él de alguna manera. Aquí se sigue un camino conformista de ir a lo fácil: “¡Mirad que loco y divertido sigue siendo nuestro personaje! Créetelo si quieres o sino jódete”. Es lo que parece que nos está diciendo la cinta y lo cierto es que muy triste, aún más existiendo una primera que se esforzaba en llegar a la gente dejando de lado recursos manipuladores o dárnoslo todo masticado. Lo siento, pero yo esto no me lo trago.

La dirección de Boyle es… Excesiva. Quiere hacernos saber que ha madurado y que con ello sus recursos visuales han aumentado exponencialmente. Nos satura con estos aunque no sea necesario, bien es cierto que los hay con la capacidad de impresionarnos pero estos en general no son más que alardes que no acompañan narrativamente a la película ¿De qué sirven unos grandes efectos visuales si no se sabe cómo encajarlos?


En cuanto a la historia en sí parece no haberla hasta un buen tramo de metraje sucedido, una vez parece que algo empieza a pasar de verdad se cuece un hilo narrativo decepcionante cuanto menos. Mientras que la primera entrega era una que parecía ir completamente a su bola al margen de lo que pudiese pensar el resto, en perfecta consonancia con su tono general, aquí se ve un corte comercial; se pierde el ingenio y se ve manipulación, querer meternos la comida directamente en la boca y que no rechistemos. Lo triste es que para eso entre otras cosas se hace uso de la banda sonora, no es solo que sea peor que la de la segunda (lo cual es perfectamente comprensible) es que se utiliza, por ejemplo, para forzar el melodrama. Algo impensable en la primera, pero eh, que en esta el efectismo está por delante, el buscar sorprender al espectador sin esforzarse un ápice, reciclando pobremente el primer filme y añadiendo nuevos elementos prescindibles. El final es el esperpéntico culmen de todo lo mencionado anteriormente: música para intentar causar llorera en una conclusión que no viene a nada originada por un personaje nuevo que sobra desde el minuto uno. Ridículo es quedarse corto. Los actores no lo hacen mal y se les ve cómodos volviendo a sus papeles, pero si las indicaciones y el guión a seguir son mediocres sirve más bien de poco.